Fuga en la calle de las tumbas



Un hombre barbado espera la muerte. En una habitación sin ventanas, adornos ni muebles, descansa en una cama de medio lado, la cabeza recostada en las manos, las piernas recogidas y de cara a la pared. Otro hombre escucha traquear las herrumbrosas entrañas del bus que lo transporta. Mientras el automóvil recula en una loma, él aprieta contra su pecho un megáfono y un maletín de cuero. Reza un magníficat que no alcanza a terminar porque, segundos después, el automóvil continúa la marcha por la pendiente, en cuya cima está el parqueadero. Cuando baja del automóvil, el sol es lacerante, lamenta que su jefe lo obligue a llevar el traje, la corbata y el sombrero negros. Lo reciben tres perros famélicos que lo rondan con la esperanza de que les arroje un bocado. Las únicas personas son unos hombres ventrudos reunidos en una cafetería mientras toman aguardiente. Se interna en una calle flanqueada por casas solitarias y silenciosas, como tumbas. Enciende el megáfono y dice: La funeraria El Buen Final tiene el gusto de ofrecerle el día de hoy seguros exequiales para usted, su familia y su mascota. Camina tres cuadras, sudando bajo su traje luctuoso. Pregona sus servicios, con la esperanza de que alguien se acerque a preguntar, pero hasta los perros lo abandonan. Su jefe le dijo que gracias a un estudio de mercado descubrieron que esta era la zona de la ciudad más urgida de servicios exequiales. Su rendimiento irregular en las ventas, lo tiene al borde del despido. Del éxito de esta visita al barrio depende que conserve su trabajo y el futuro de su familia.


Toca puerta por puerta, en ninguna casa le abren. No escucha rumor alguno dentro de las viviendas. Después de varios intentos, el hombre barbado abre y le pide que entre. ¡Siéntese!, ordena al vendedor. Buenas tardes señor. ¿Quién lo mandó? Vengo de la funeraria El Buen Final, responde y le extiende su tarjeta personal. ¿De dónde? Vengo a ofrecer seguros exequiales. ¿A qué? ¿Con quién tengo el gusto, señor? A usted lo mandaron los de La Cima o los de El Plan. Como le decía… Cállese, dígame quién lo mandó o lo mato, el hombre barbado saca un revólver. ¡No!, ¡no!, ¡no!, señor, estese tranquilo, yo quiero es ayudarlo para que la muerte no lo tome por sorpresa. ¿Sorpresa?, llevo años esperando a que vengan a matarme, esos desalmados lo que quieren es que me pudra acá encerrado, tampoco me atrevo a salir, si me dejo coger vivo, son capaces de torturarme. Lo entiendo, ¿cuánto pagaría para salir vivo de este barrio? Para salir de este infierno, daría todo lo que tengo.



Pasados unos minutos y después de que el hombre barbado se afeitara, se vistiera y se marchara, el vendedor está sentado en el mismo lugar, pero en calzoncillos, contando varios fajos de billetes. Sonríe cuando en la calle escucha el pregón de un hombre que, con un megáfono, ofrece los seguros exequiales de la Funeraria El Buen Comienzo, resguardado del sol bajo un sombrero negro y redondo. Se marchará sin que nadie se percate. Jamás regresará.


Leandro Alberto Vásquez Sánchez


Nota: Tomado de El ladrón de fotografías, un libro que podrán encontrar en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, en el 2º Salón de la autopublicación, gestionado por Un nuevo error y Cocodrilos. Patio de la Azaleas, Jardín Botánico, 8 al 17 de septiembre, 9 a.m. - 9 p.m.   





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